Zaragoza se resiste a ser un simple e inevitable cruce de caminos. Dispuesta a animar de una vez por todas su vida social, se abre paso con fuerza con un objetivo claro: convertirse en gran capital cultural. Su coraje no es sólo cuestión de historia. El río Ebro y las comarcas de su provincia son un complemento perfecto, repleto de paisajes, leyendas y mucho arte.
Considerada lugar de paso al estar justo en medio de numerosas vías de comunicación, y pegada siempre a su nombre la imagen de una de las fiestas más conocidas dentro y fuera de nuestras fronteras, las del Pilar, lo suyo es bien difícil.
El viajero que llega de nuevas a Zaragoza se dará de bruces con una realidad sorprendente. No sólo hay una Basílica que visitar, la ciudad tiene otras muchas cosas que ofrecer. La inauguración de la modernísima estación de tren de Delicias para que el AVE se deje caer por aquí ya ha supuesto un revulsivo notable, y quien más quien menos comienza a pasear por sus calles y bulevares en busca de novedades.
Lo primero que llamará la atención al visitante son sus museos. Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que los de Zaragoza constituyen un claro ejemplo de motivación cultural. Y eso se agradece. Son muchos y variados, imprescindibles todos, desde la sección arqueológica del Museo de Bellas Artes hasta el de Pablo Serrano, sin olvidarnos de todos aquellos que hacen referencia a su pasado romano.